martes, julio 28, 2009

NOVELA INACABADA. Capítulo 4.



NOTA: Me veo obligado a hacer una pequeña aclaración antes de publicar un nuevo y apasionante capítulo de esta
Novela Inacabada. Aquellos que se hayan incorporado al blog recientemente, deben saber que los capítulos que voy poniendo regularmente aquí fueron escritos a la tierna edad de 14 años, cuando me dio por querer escribir un libro. Recuerdo que la idea nació porque un amigo me dijo algo así como que uno no debería morirse sin antes haber escrito un libro y plantado un árbol (y no sé si algo más, ¿tener un hijo quizás?) Como entonces me hicieron creer que estaba adelantado a mi edad (por narices, que me acababa de quedar sin papá), decidí no esperar y solventar lo que para casi todos era una asignatura pendiente, si nos creemos eso de que uno debe plantar un árbol, parir un churumbel y, en este caso, que es el que nos importa, escribir una novela. Así que, querido visitante fortuito, pocas veces tendrás la ocasión de leer algo así. Espero que lo disfrutes... con cierta condescendencia.

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Cathy estaba cocinando con el televisor puesto encima de la mesa. Mientras cocinaba miraba en la televisión cómo una mujer preparaba un suculento manjar acompañado de un hombre ya mayor que le aconsejaba sobre trucos prácticos para la cocina. Cathy apuntaba en frases muy breves la preparación del estofado que apresuradamente lo preparaban en la televisión. Eran las ocho y cuarto y su marido ya se había ido a trabajar. Cathy siempre preparaba la comida muy temprano al igual que lo hacía su madre. Escuchó cómo alguien bajaba las escaleras y se puso a desayunar lo que encima de la mesa estaba preparando. Era su hijo de 24 años, que ese día no fue a trabajar por tener dolor de cabeza. Hacía ingeniero de caminos y ganaba mucho dinero en aquel entonces. Con voz ronca le propuso a su madre lo que tenía en su mente ya hacía algunas semanas.

- Madre, esta noche estuve pensando que... al acabar este curso, si quiere papá, claro está, podría ir a Europa a estudiar.

- Yo no digo nada, tu padre decidirá, en temas de estudios yo me lavo las manos.

- Bien

Laura entró en esos momentos en la cocina. Su expresión soñolienta le hacía parecer más atractiva. Tenía el pelo amontonado en un lado, dejando que su larga y rubia cabellera se extendiera por el hombro derecho.

- Buenos días Laura, ¿tu hermano no se ha levantado aún?

- No sé.

- Bueno, ya se levantará.

Laura era la más pequeña de los tres hermanos, contaba con 18 años. Era divina. Sus ojos verdes eran lo que más resaltaba en su rostro, tenía la nariz mejor proporcionada de la familia y sus labios eran gruesos y sonrosados. Seguidores nunca le faltaron pero ella buscaba la perfección.

- Mamá, ¿podré ir esta noche con unos amigos a la disco?

Jonny (su hermano mayor) la miró sonriendo como diciendo: "Tú nunca cambiarás".

- Eso
pregúntaselo a tu padre, yo no quiero saber nada - dijo Cathy. Una de las cosas que Cathy tenía por regla era que nunca se debía meterse en problemas, así que cuando alguno de sus hijos le preguntaba algo, la última palabra siempre la tenía el padre, por si acaso.

- Buenos días -
Bill fue el último en sentarse en la mesa.

- Buenos días, hijo, ¿has descansado bien?

- Sí Mamá.

Bill era una de aquellas personas que buen rostro no tenía pero que siempre caía bien a las personas por su personalidad. A Bill no le gustaba las discotecas (eso lo diferenciaba de su hermana), ni tampoco fumar ni beber. Era un gran lector y siempre escribía narraciones en sus ratos libres. Tenía 20 años y había salido a su padre.

Después de comer dos huevos duros con un poco de café solo y sin azúcar,
Jonny subió al piso de arriba para ducharse y vestirse.

Bill, al acabar de desayunar, se dirigió hacia su madre y después de darle un beso en la mejilla, dijo:

- Mamá, voy arriba a leer un poco, si me necesitas ya sabes dónde estoy.

- Sal a dar una vuelta con tus amigos hijo, que siempre te quedas encerrado en casa. Un día tiraré todos esos libros.

Desde la escalera,
Bill le contestó:

- Mamá, estás muy guapa cuando te enfadas.

- ¡
Billy, no me contestes!

- Nunca cambiarás, mamá.

- ¡Y tú nunca tendrás novia!

Cathy miró a Laura y le dijo:

- Tu hermano me pone enferma.

- No le hagas caso.

- ¡Es que nunca hay que ser perfecto! y
Bill lo es. Yo no digo que vaya siempre a las discotecas, que enamore a la primera que vea, que se emborrache...

- Mamá, ¿me lo estás tirando en cara?

Es en ese momento cuando el teléfono comenzó a sonar. Laura
levantó el auricular y al cabo de cinco minutos lo puso en su lugar.

- ¿Quién era?

- Era
Margaret y dice que papá no vendrá a comer.


Fin del capítulo 4

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