jueves, abril 08, 2010

Dáliva sangrienta


Estoy muy contento estos días, chatines, porque he descubierto que Stephen King (volviendo de nuevo a él) no está inmerso ni por asomo en ninguna etapa de precariedad creativa, más bien lo contrario, porque os digo que
La historia de Lisey, publicada hará unos cuatro años, es una de sus mejores novelas y está escrita a las mil maravillas. Y eso que voy por la mitad (verás tú que estoy gafando la cosa), así que me retuerzo de placer como quien aún va por los entrates de un menú degustación en el Viridiana.

Para celebrar esta gran noticia, os obsequiaré con un cuentito de terror inconcluso (así me las gastaba yo, sin terminar lo que empezaba, como con mi
Novela inacabada) que escribí a la edad de un tierno lechón, esto es, a los once añitos; y tiene como título, atención:


LA PESADILLA


I PARTE: En la fría noche

Capítulo primero

Winnie miraba a su hermano Richard mientras sostenía su primera novela. En un color dorado se podía leer El corsario negro seguido de un delicado dibujo de un barco dorado. Tenía el pulgar entre la página siete y ocho.

En ese momento, sonó el teléfono en un rincón oscuro de la havitación y Richard se lanzó sobre éste para cojer el auricular. Sobre el otro extremo del hilo, se oía una voz tranquila, la de su amigo Jimmy. Richar y Jimmy formaban un grupo junto a Danny y Charlie, todos de ocho años, aunque Danny aparentaba nueve. Los padres de Jimmy y Winnie se fueron a una fiesta con los de sus amigos, excepto Ben, que era el típico niño estúpido de la clase de tercero de E.G.B.

Jimmy quería reunirse con el grupo y llamó por si Richard podía asistir. Mientras hablaban por teléfono, Winnie puso, inconscientemente, el tocadiscos aciendo resonar una melodía de Bethoven.

- Mis padres me dijeron que tenía que cuidar de Winnie pero supongo que no le pasará nada si la dejo sola.

- Eso significa un sí o ...

- Sí, ahora mismo voy - acceptó Richard.

- De acuerdo, te espero en mi casa a las nueve y cuarto. Adiós.

Richard puso el auricular sobre el teléfono. Dejó sus zapatillas marrones en la sala de estar y se puso sus bambas blancas que le regaló su madre el día de su cumpleaños. Puso las noticias de las ocho mientras que esperaba que el reloj tocara las nueve.

Winnie podía escuchar el noticiario que miraba su hermano desde su habitación.

Sobre las nueve menos diez, en las noticias daban el tiempo climático tras un largo informativo. Escuchaba con atención las palabras de la señora del tiempo y escuchó que esa noche abría una fuerte tormenta. Saltó del sofá, apagó la televisión y cojió su chaleco amarillo.

Winnie se inclinó tunvada en su cama y podía oler la vejez de las pajinas antiguas y envejezidas. El monótomo crujir de las pajinas adormeció a Winnie y el libro se le cayó de las manos.

Richard cojió la linterna de su padre y se la puso en el bolsillo del chaleco y miró el reloj de nuevo. Desde el armario lo sorprendió un rayo de luz que iluminó toda la havitación y mientras escuchaba el trueno, el reloj tocó las nueve.

Winnie, aún teniendo seis años, sabía que era tener miedo, mucho miedo, como en aquel sueño inquietante en el que sufría amargadamente, y se le caía el sudor por su pálida frente. No sabía como ni porqué podía salir de ese sueño hasta que llegara su fin y saltar de la cama sudando y tener su oso de peluche entre las piernas. En el momento en que se despertó, dieron las nueve de la noche y escuchó a su hermano cerrar la puerta de la entrada antes de que ella pudiese detenerlo tal y como le ordenó la cosa de su sueño.

Richard cruzaba velozmente el bosque para contener el terror que lo asaltaba. Tenía el presentimiento de que volvería por el mismo camino corriendo por el bosque sintiendo mucho más miedo. Sin saber porqué, gritaba con voz desgarradora y hacía resonar sus gritos en el silencioso ruido de la tormenta. Seguía gritando, seguía corriendo y seguía oyendo los truenos y viendo los relámpagos.

Se paró junto a un ciprés que iniciaba el camino del cementerio, que estaba entre el monasterio y la casa de Jimmy. Al pasar por el cementerio, le cegó un gran relámpago (durante un segundo) que no cayó muy lejos de donde se hayaba. Siguió corriendo hasta que se halló frente la casa de Jimmy, y con gran terror, llamó a la puerta.



Capítulo segundo

Winnie tenía el cuello mojado de sudor de aquel orripilante sueño. No se lo sacaba de la cabeza y se le repetía esas palabras como un disco rallado.

- Tienes que detenerlo...

Se dirijió con el osito en la mano, hacia la entrada, abrió la puerta de la casa y miró el cielo furioso entre nuves grises y relámpagos luminosos. Por un segundo, quería ir al bosque a vuscar a su hermano, pero retrocedió, cerró la puerta y se dejó caer frente a ella apollando sus manos en el picaporte, llorando.

De pronto, el tocadiscos empezó a tocar una melodía de Bethoven cuando el oso de peluche, que yacía en el suelo, comenzó a mover los ojos.Winnie se pudo sobreponer y al tropezar sus ojos a los de su osito de peluche, éste abrió su morro y le empezó a brotar sangre mientras empezaba a caer las primeras gotas en la tormenta. Winnie chilló y chilló y se estiró de los pelos istericamente.

Los ojos del oso se pusieron de color rojo furioso y empezó a reir con su voz chirriante. El oso saltó sobre Winnie y ésta chillaba sin parar, balanceándose por el pasillo con el oso en el cuello.
De la mano del oso, salió la cuchilla de un bisturí y se lo introdujo en la boca sacándole la lengua mientras sonaba la música.

- ¿Te gusta la música? ¿He? ¡Claro que te gusta!.

Se le iluminó la cara por un relámpago y Winnie quiso hablar y, al no tener lengua, le salía chorros de sangre que paraban a la carita linda del oso. Le clavó la mano en el cuello y Winnie chillaba entre grandes soplos de sangre que le caía de la boca y con sus manos ensangrentadas, buscaba al oso para sacárselo del cuello. Bajó la mano peluda hasta el final de su espalda partiéndole, en dos, la columna vertebral. El oso se reía, se reía junto a la música y junto a los chillidos de la niña que se cayó, inconsciente y murió.

El oso, sin estar satisfecho, le clavaba la mano en la espalda y la sacaba, entonces, la sangre salpicaba a la pared blanca, así infesantemente. Al acabar el disco, el oso se cayo a un lado y se convirtió, otra vez, en un osito, inocente de peluche.

Winnie yacía muerta en el pasillo.





Chin pon.

Etiquetas:

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Jo Der

Espero que mis hijos nunca escriban algo asi, al menos con once años. Y no por la calidad, qeu ya apuntabas maneras, sino por la cantidad, de sangre y muerte se entiende.
Por lo demas, no te has planteado re-escribirlo?, tiene tópicos pero aún y asi encanto, pruebalo!

13

miércoles, abril 14, 2010  
Anonymous Anónimo said...

la verdad que me gusto mucho tu cuento, yo fanatica del terror, me dejo con los ojos abiertos. creo que si deberias reescribirlo y como sugerencia te diria que le dieras una resolucion a la parte del hermano. pero realmente que para escribirlo con once me sorprendio, felicidades

domingo, diciembre 30, 2012  

Publicar un comentario

<< Home