jueves, junio 04, 2009

Sin trampa ni cartón


Me encanta dormir. Lo que más. Sí, mucho más que lo que muchos de vosotros creéis que está por encima (ESO), más que el comer e incluso más que el sentirse querido y amado. Por supuesto, mejor es perder conscientemente la conciencia que tenerla; mucho mejor es creer que puedes volar, sentirlo, que el cigarro después de; cerrar los ojos y dejar en manos del supremo nuestro cuerpo y alma es mucho mejor, creedme, que comer una tortilla en el Flash Flash; sentir la gravedad en cada punto de nuestro brazo, en las piernas, en el gesto de acomodarse entre cojines de plumas, ver cómo no pretende luchar contra el placer, sino que lo acoge como una madre que aprieta levemente su niño al pecho... tiene un precio tan barato, que resulta gratis, y eso no tiene precio. ¡Ay! ¡qué equivocados están los que no piensan como yo! y delegan en otros placeres lo que en verdad es exclusivo del dormir, que no pide más que la voluntad de entregarse a un buen descanso. Decidme qué ofrece más y mejor, que no sea engorroso aun siendo placentero, que no oculte cartón y, sobre todo, que de tanto por nada. Llega la noche y con ella un pan bajo el brazo; es la hora de la siesta y no hay mejor realidad que la que se pierde a voluntad de Morfeo, para dejar que las horas avancen sin conciencia y, pasado el tiempo, recibirnos entre susurros, como queriéndonos decir: vuelve a ser tú, pero, tranquilo, tómate tu tiempo.

Amiguitos, he vuelto.