lunes, julio 20, 2009

Con todos ustedes, Ellen Dolan



Hace ya un tiempo, en una tienda de comics de Madrid, se produjo el siguiente diálogo:

- ¿Tienes todos Los archivos de The Spirit que han salido hasta el momento?
- Sí, claro. Los once.
- ¿Cuánto cuestan?
- 35 euros cada uno, pero yo los vendo por 29.
- Hum...
- ...
- Y si me llevo todos, ¿por cuánto me los dejas?
- 25 euros.
- Me los llevo.

Y así es como me traje en dos bolsas Los archivos de The Spirit, unos gruesos volúmenes donde se recopilan al completo los tebeos que en su día Will Eisner hizo de The Spirit para las ediciones dominicales de los periódicos más importantes de EEUU. Como está dicho todo sobre este padre del cómic norteamericano, no es propósito de esta entrada hablar sobre lo INCREÍBLE, MARAVILLOSO, DIVERTIDO y EMOCIONANTE que es TODO cuanto ha dibujado Eisner. Ni tampoco someter a escarnio público al IMPOSTOR de Frank Miller. Y puesto que no pienso llenar este blog de obviedades, dejo a la curiosidad del lector el que se informe como es debido (y no me seáis perezosos, que hoy en día ser un experto en cualquier cosa está a un click del google).

Y es que Ellen Dolan me tiene fascinado o, mejor dicho, lo que esta mujer supone al cómic de The Spirit. Bien es sabido que Will Eisner es el maestro de los retratos sociales, de crear personajes reconocibles en cualquier parte del mundo a partir de unos rasgos magistralmente definidos y concretados en unos dibujos que hacen las delicias de, quienes como yo, nos consideramos contempladores y agentes pasivos de la vida. No hay más que hojear Contrato con Dios y quedarse fascinado ante tal alarde de sabiduría y sensibilidad. Bueno, que me lío... os voy a pedir el pequeño esfuerzo de retroceder en el tiempo y situarnos en 1940, cuando Eisner era un jovenzuelo y empezó a escribir y dibujar la serie de The Spirit; cuando aún su arte estaba por madurar, y con él, el arte del cómic en general. El genio estaba en pañales y sólo con la dedicación faraónica de realizar una historia semanal durante algo más de diez años, consiguió perfeccionar un lenguaje que ha quedado en la historia, no sin razón, como la piedra Rosetta del cómic. Pero, como digo, viajemos al 9 de junio de 1940, fecha en la que aparece, por primera vez Ellen Dolan, en una historieta titulada El regreso del Dr. Cobra. Y con este personaje dibujado aún bajo la inexperiencia, en grandes trazos, vislumbramos ya una gran lección de vida: ¿cómo conseguir al hombre a quien dedicamos nuestros más húmedos sueños?.

"¡Spirit! El intrépido Spirit no es otro que Denny Colt, al que hace ya mucho tiempo dan por muerto y enterrado en el cementerio de Wildwood. Pero allí, desde su laboratorio subterráneo, sostiene una guerra sin cuartel contra el crimen, ayudado por su fiel amigo Ebony. Sólo el comisario Dolan conoce su verdadera identidad..." (Inicio de El rapto de Ebony, 24 de noviembre de 1940). Y el comisario Dolan, el hombre con pipa, tiene una hija llamada Ellen, que representa a la mujer de vida gris, que descuida físico y espíritu por bien a una existencia ordinaria. Las conocemos a patadas: nacen, se casan, tienen hijos y mueren... ¡Exacto, mismamente tu hermana o tu compañera de oficina!... Bueno, a lo que vamos; un buen día, Ellen invita a comer a Spirit, que acaba de socorrerla en una aventura algo descafeinada (El regreso del Dr. Cobra, 9 de junio de 1940) y allí le presenta a su futuro marido. Ya en la sobremesa, Spirit se aventura (nuevamente) en desvelar un gran misterio, al parecer desconocido para el pretendiente Homer Creap: Ellen es todo un pibón.



Y él,
el ser más horrible del mundo, una deidad lovecraftiana y babosa, de fealdad únicamente superada por un vendedor que hay en la Fnac de Callao, sección videojuegos. Tras los quevedos del engendro se adivinan unos ojos sorpresivos que, junto con el frusfrús de sus manos empuñadas, nos aclara que jamás se ha visto en otra. Pero, ¿qué ocurre?

Ni corto ni perezoso, The Spirit siente el arrebatador impulso que tanto le caracteriza y se lanza en propinarle a la bella mujer un beso en todos los morros, ante el asombrado Homer Creap y el escéptico comisario Dolan. Atended y recrearos en la viñeta, porque es la imagen que convierte a Ellen en lo que es, una mujer de nuestro tiempo, desmelenada y resuelta. Y bueno, ahora que pienso, sí que es cierto que debe existir un tipo de beso capaz de trastocar a uno, que presiona cierta tecla secreta por la cual nos volvemos majaras. Lo digo porque hace poco vi representado en el teatro una escena en la que un beso ejerce igual poder de descalabro; un beso esta vez ideado por Valle Inclán, capaz de convertir a un verdugo en víctima.

Pero volvamos a Ellen Dolan, esa mujer que al igual que su marido, tampoco se ha visto en otra
y que no muestra ante el poderoso ataque de The Spirit ningún reparo, más bien al contrario, se entrega a él en cuerpo y cuerpo, agarrándolo por el cuello y fundirse así en un abrazo que ni los amantes de Teruel.



Y lo mejor de todo no es que se pase por entre las piernas un firme y sagrado compromiso, como es el del matrimonio, que en un intento de olvido, lo califica como "nuestro noviazgo"; ni ese mirar de soslayo; ni los dedos sobre el rostro, que, dotados de fuerza, lo harían girar hacia ÉL, y no hacia él... No, no... Lo mejor de todo es que le da calabazas ¡CANTANDO!.
Oye, ¿y por qué no?.









Y bien, ¿a qué primera conclusión llegamos?
Pues... que no hay que descuidar el peinado, que capaces somos de ser guapos y no saberlo. Porque Will Eisner nos está diciendo con cierta gracia y no por ello con menos sabiduría que los guapos no están hechos para los feos. Que si queremos conseguir al hombre de nuestros sueños húmedos, hay que atusarse el moño, o desenredarlo; quitarse las gafas o ponérselas si favorecen, recortarse los pelos de las orejas, corregir el entrecejo... En otras palabras, tener un cierto criterio estético, que, ¡por dios!, uno se cansa de estar rodeado de gente FEA.

Sigamos analizando la situación.

Ellen Dolan no sólo pasa por la peluquería sino que también cambia su fondo de armario. Se pone vestidos de ésos que resaltan curvas y no lánguidos saltos de cama; usa guantes y gorros, y camina contorneando las caderas, dejando claro que ha entendido bien la lección de que los guapos lo tienen más fácil en la vida. Sin embargo, Homer, ese monstruo, se resiste a creer que no puede merecer a alguien como Ellen y sólo le queda resignarse y esperar la oportunidad de que una mujer se rinda a él por poseer cierta perversión sexual. Si no, ¿de qué?

Así pues, Ellen, con las cartucheras repletas y las pistolas cargadas, se enfrenta a nuevos días, esperanzada. Spirit será suyo; si no, tiempo al tiempo.
Y ya podemos extraer una segunda conclusión. En la vida hay que ser protagonista, y tener medida a la hora gastar la soberbia justa para creérselo, porque hay que tomar partido y no verlas venir. ¿Y qué mejor manera hay para conseguir tus retos? Perseguirlos. Alocadamente.




Porque la vida, en mi caso, me ha guardado otras venturas, que si no, habría hecho como Ellen, presentarme corriendo (puff, puff) ante las puertas de la casa de mi amado y gritar con los brazos en jarra "¿DÓNDE COÑO ESTÁ?" Un poco a lo Glenn Close en Atracción fatal, pero sin pasarse. Y es que siempre he admirado esos personajes que descuidan el decoro, que les importa un pimiento los demás y que avanzan con la destructibilidad de un tornado. Nada mejor para ello que tener un cóctel en la mano y cierta caída de ojos. Y ser mujer, claro, para que el rímel sea tu mejor aliado.



Y ahora viene la parte que más me fascina, y principal motivo de que escriba esta entrada. De igual modo que jamás superaríamos la vergüenza de ir de femme fatale por la vida, desentonaríamos también si nos creemos Humphrey Bogart para resolver a guantazo limpio las situaciones de acoso. Esta es mi opinión, no así la de Will Eisner... Porque, amigos, la bofetada a Gilda es la metáfora de toda una época cuya irrealidad en blanco y negro nos hacía tolerar ciertas agresiones para entenderlas en su justo contenido estético, para aplaudirlas por su evidente carga sexual y maravillarnos ante una respuesta que si bien hoy en día consiste en la denuncia social y penal, entonces se materializaba en un revolcón final bajo las palabras THE END. ¿Y cómo llama Will Eisner a este consentimiento al bofetón?





Agarraos los machos porque nunca encontraréis definición más perfecta, que cada vez que la recuerdo, me retuerzo de placer en mi querido sofá de piel vacuna... El viril arte de la defensa personal (3 de noviembre de 1940). ¿Cómo te quedas? Capaz soy de justificar la violencia de género diciendo que es un "viril arte de la defensa personal". Es broma. Pero ¿a que es también apasionante? Y os quedaríais locos si vieseis el dibujo con que Will Eisner ilustra la historia que lleva tal maravilloso título. Básicamente consiste en la cara de Ellen Dolan, con el ojo morado y una lágrima asomándose, leyendo un manual en cuya portada se lee El viril arte de la defensa personal; como si en un manual se recogiese el secreto de tal comportamiento.

FASCINANTE.


Y al fin llegamos a la tercera gran conclusión que da respuesta a
¿Cómo conseguir al hombre a quien dedicamos nuestros más húmedos sueños?. Un día te levantas y decides estrenar un nuevo corte de pelo, sales a la calle y buscas a tu víctima. La acosas. Te presenta donde sus padres a voz en grito. "¿DÓNDE ESTÁ?", vociferas, y no te preocupes, porque ellos lo entenderán a la primera, como Ebony y se limitarán a contestar "¡Uy, yo no sé, señorito/a!" Diseñas un plan de ataque, que contemple cierta licencia a la agresión, y tras intentarlo una y otra vez, la tensión sexual se resuelve con un triunfo maleado.

En otras palabras, leyendo tebeos.







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