miércoles, septiembre 16, 2009

El cuartel



Hoy he ido a visitar mi cuartel. Como saben muchos de ustedes, viví hasta los catorce años en uno de la Guardia Civil. Allí aprendí todo cuanto sabe un chaval de esa edad sobre la vida, pero en mi caso, filtrada algo así como por una gelatina de ésas que se ponen en los focos, cuya luz siempre identificaré como naranja, a causa, evidentemente, del color de los ladrillos. Había (hay) ladrillos naranjas por todas partes, mirases donde mirases, y la sensación que tenía al vivir allí era como la de James en su Melocotón Gigante. Uno andaba por el cuartel sintiéndose dentro de un melocotón, rodeado de
pabellones altos que te impedían ver el resto del huerto. Un pabellón es algo así como un edificio, pero en este caso, al estar unidos a otros edificios de idéntica construcción, no tienen esa autonomía para referirse a ellos como tal. Mi cuartel viene siendo como un gran barrio cercado por pabellones de ladrillos naranjas, agrupados en tres plazuelas, o patios, de carácter bien diferenciado; tanto que podríamos considerarlas como tres distritos de ese gran barrio.

En esta fotografía, que haría las delicias de Spielberg (porque me ha salido como en blanco y negro salvo el cartel de Estrella Damm, que está en rojo) vemos un lateral del cuartel, con ventanas de persianas bajadas que invitan a Paco Plaza y Jaume Balagueró a rodar Rec 3. Como bien podrá observar el curioso que no tiene nada mejor que hacer que leerme (¡smuaks!), mi cuartel se encuentra en la Avinguda de Madrid, todo muy en bandeja de quien no pueda reprimir un pensamiento digno de el del bigote (Aznar o Carod, según te plazca). Si además os cuento que justo detrás del cuartel está el Camp Nou mi barrio se convierte en una fiesta ecléctica, de excitante diversidad social, cultural y hasta racial. Pero allí está mi cuartel, como la Puerta de Alcalá, aguantando el tiempo, todo él naranja.

Del mismo modo que quien nace entre vacas, entre barcos, en el desierto o en Noruega, mi percepción de la realidad se educó según normas bien definidas por su entorno. Pueden gustar más o menos, pero ahí están; y zoquete aquél que quiera pedirme cuentas si en algún momento afirmo que fui FELICÍSIMO y que sólo tengo sentimientos buenos hacia la Guardia Civil. Hoy, al visitar el cuartel, el jefe de Guardias, que no me conocía de nada, me dijo: "ve donde quieras y siéntete en tu casa". Y para mí, eso no significa comulgar con ninguna ideología ni querer justificar y defender su historia ni su existencia, para nada; para mí significa una invitación al pasado, a mi pasado, allí donde fui educado y protegido y que significó el escenario donde los guardias, metralleta en mano, sonreían nuestros juegos de infancia.

Cuando hoy visité el cuartel, me asombré de cómo reconocí en el gran jardín de la entrada mis peores pesadillas. Si alguna vez sueño con él, siempre me aparece abandonado a la suerte de la naturaleza, con grandes árboles y enredaderas adueñándose de cada uno de los pisos, vacíos y sin alma. Se repite casi siempre la misma canción: intento avanzar en una misión imposible como Tarzán, hasta llegar a mi antiguo hogar, invadido por una enorme tela de araña que deja al descubierto sus ventanas oscuras y sin vida. Evidentemente, los sueños difieren entre sí en millones de aspectos (como cuando soñé que era un profesor de historia enseñando a un grupo de colegio las ruinas del cuartel) pero el espíritu siempre es el mismo, el de pérdida y nostalgia. Pues bien, hoy me encontré con que el jardín del cuartel era muchísimo más frondoso que el que recordaba, y más acorde al de mis pesadillas. Y una vez dentro, por primera vez en mi vida, he sido consciente de su verdadera naturaleza, de por qué existe y de cuál es su función en ese gran melocotón naranja. Los árboles sirven a modo de gran cortina, que les recuerdan, que me recordaban, que no debemos ser observados...; ejercían la secreta función de un gran muro de ladrillos verdes.


Y aquí nos encontramos ya dentro del cuartel. Entre usted tranquilo, que aunque vea a personas armadas, su seguridad está más que garantizada. Ese debería ser el lema de la Guardia Civil, creo yo, más que ese otro tan casposo de Todo por la Patria. Además, creo que refleja muy requetebién el sentimiento que uno tiene viviendo allí. Es algo así como cuando Gallardón dice que"Madrid será la ciudad más segura del mundo" en el caso de celebrarse allí los JJOO, frente al terrorismo de ETA.Toda mi vida en el cuartel me la he pasado viendo cómo un guardia inspeccionaba nuestro coche cada vez que entrábamos o salíamos, por si teníamos alguna bomba lapa. Mi madre, llevando a mi hermano en un carrito vio cómo el GRAPO disparó y mató a otro guardia a quien acababa de preguntar por noséqué huelga de taxis, en la misma entrada al cuartel. Minutos antes, mi hermano le gritó: "¡Un payaso! ¡UN PAYASO!" al asombrarse de sus zapatos negros y alargados. Recuerdo también jugar a una versión militarizada del escondite, ir al laboratorio para que me enseñasen el dedo que había en un frasco de una mujer quemada y sin identificar; pedir en el bar todos los bollos que se me antojasen sin pagar, la barbería, la carnicería, la guardería, el cuartucho encantado de las torturas, y el economato. Recuerdo también el pasadizo del terror, que es el que une dos de los tres patios. Lo llamábamos así porque en uno jugábamos los hijos de oficiales y en el otro los de los guardias civiles tipo Antonio David, que eran alimañas y fuente de problemas; y os aseguro que cruzar ese pasadizo era terrorífico... Los juegos de sacos en las plazas, la pistola en casa, dejar tranquilamente la llave en la puerta de casa aun yéndonos de vacaciones, al Vaquilla con mi padre, el día del Pilar, a mi mejor amigo, que ejercía de nuestro chófer (y que terminó en el calabozo), las llamadas a media noche, robar los walkies y jugar con ellos a indios y vaqueros (¿?), el club militar de aviación donde había no sólo una, sino DOS casas encantadas, el detector de mentiras del laboratorio, comunicarme por linternas con mis vecinos de enfrente a altas horas, alijos de drogas en la cocina, el verde de los uniformes; y el naranja, el de los ladrillos.

Mi hermano y yo, felices como regalices

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